La Trampa de la Procrastinación

La procrastinación no es pereza, es miedo y emociones mal manejadas. En este artículo comparto, desde mi experiencia como psicóloga, madre y mujer, cómo la he vivido en mi vida, cómo la trabajo con mis pacientes y qué pasos prácticos nos ayudan a vencerla.

ARTICULO

Lic. Arlenys Garcia

9/8/20254 min leer

Con voz de psicóloga, madre y mujer.

¿Cuántas veces has dicho ‘mañana lo hago’ y ese mañana nunca llega?

La palabra procrastinación suena elegante, pero en la práctica no es más que el hábito de dejar para mañana lo que sabemos que deberíamos hacer hoy. Y lo curioso es que la mayoría de las veces somos conscientes de que estamos aplazando. Lo vemos en lo cotidiano: cuando dejamos los deberes para último minuto, cuando decimos que empezaremos el gimnasio el lunes (y pasan meses de lunes en lunes), o cuando posponemos esa llamada importante porque “ahora no es buen momento”.

Como psicóloga, me he dado cuenta de que la procrastinación no es un tema de flojera, como muchos creen, sino de emociones mal manejadas. Muchas veces está relacionada con el miedo: miedo al fracaso, miedo a no hacerlo perfecto, miedo a enfrentar la incomodidad de comenzar. Y nuestro cerebro, que busca placer inmediato, nos distrae con algo más fácil: revisar las redes sociales, ver un video, conversar con alguien, cualquier cosa que nos saque del esfuerzo.

A veces, incluso cuando tengo toda la energía, mi cerebro encuentra excusas creativas: ordenar el escritorio, limpiar gavetas que tenían años olvidadas… y entonces me doy cuenta de que estoy procrastinando con elegancia.

Recuerdo a una joven universitaria que atendí en consulta. Me decía: “Sé que debo empezar mi tesis, pero cada vez que abro el documento me bloqueo. Termino limpiando la casa, viendo series o hasta reorganizando mi clóset. Todo menos escribir”. Lo interesante es que no era falta de capacidad, sino ansiedad. Sentía que lo que escribiera debía salir perfecto, y esa presión la llevaba a evitarlo.

Otro paciente, un hombre de 40 años, quería empezar a ejercitarse porque el médico le había advertido sobre problemas de salud. Él mismo lo reconocía: “Yo sé que tengo que hacerlo, pero siempre lo dejo para después. Trabajo, llego cansado, digo que mañana voy… y nunca voy”. Aquí lo que había era miedo al cambio y la falsa creencia de que debía esperar a sentirse con ganas para empezar.

Y lo veo también en adolescentes que procrastinan con sus deberes escolares. Sus padres los etiquetan como vagos, pero detrás casi siempre hay otra emoción: aburrimiento, falta de estructura, o incluso ansiedad porque sienten que no pueden cumplir las expectativas.

No hablo solo desde el consultorio. También lo he vivido en mi vida personal. He pospuesto proyectos importantes, como escribir capítulos de mis libros o preparar un reporte financiero que sé que tengo que entregar. Me repetía: “Mañana lo hago con más calma”. Y ese mañana nunca parecía llegar.

Con el tiempo entendí algo fundamental: la motivación no llega antes de la acción, llega después. No puedo esperar a sentirme inspirada para empezar, porque esa inspiración aparece una vez que yo tomo la decisión de dar el primer paso. Ese ha sido un aprendizaje clave tanto para mí como para mis pacientes y conocidos.

Y es que los estudios lo confirman. Según la American Psychological Association (APA), la procrastinación está más ligada a la gestión emocional que a la gestión del tiempo. Es decir, no es que no tengamos tiempo, es que no sabemos manejar las emociones que nos genera la tarea: ansiedad, miedo, inseguridad, perfeccionismo.

Psicólogos como Timothy Pychyl (autor de Solving the Procrastination Puzzle) explican que la procrastinación es un problema de autorregulación. Y Jean Twenge, en sus investigaciones, muestra cómo nuestra sociedad, cada vez más acelerada y digital, potencia este hábito al darnos tantas distracciones inmediatas.

Te quiero compartir como lo he trabajado en mi vida y como ayudo a mis pacientes con los siguientes pasos:

  1. Reconocer la emoción detrás de la procrastinación. Preguntarse: “¿Qué siento cuando pienso en hacer esta tarea? ¿Miedo, inseguridad, aburrimiento?”. Nombrar la emoción ya es un avance.

  2. Dividir la tarea. En lugar de “tengo que hacer mi tesis”, convertirlo en “hoy escribo una página”. En lugar de “tengo que ir al gimnasio”, “hoy camino 10 minutos”.

  3. La regla de los 5 minutos. Invito a mis pacientes a comprometerse a trabajar en la tarea solo por cinco minutos. Muchas veces, una vez que empiezan, el impulso los lleva a continuar.

  4. Crear rutinas, no esperar motivación. El cerebro funciona mejor con hábitos. Si siempre escribes a la misma hora, tu mente empieza a asociar ese momento con productividad.

  5. Celebrar los pequeños avances. No se trata de esperar a terminar para sentir orgullo, sino de reconocer cada paso dado. Esa gratificación ayuda a mantener el hábito.

  6. Cambiar el diálogo interno. En lugar de decir “mañana”, decir “empiezo ahora, aunque sea un poco”. Y en lugar de “tengo que hacerlo perfecto”, decir “voy a hacerlo, y luego lo mejoro”.

Una reflexión final

Hoy puedo decir que he aprendido a vencer la procrastinación, no porque nunca la viva, sino porque ahora la reconozco y no dejo que me domine. Descubrí que la acción, por pequeña que sea, es el antídoto más poderoso contra el estancamiento.

He visto cómo mis pacientes recuperan su confianza cuando logran dar pasos pequeños y constantes. Y yo misma lo he experimentado: escribir una página cada día terminó en un libro publicado; dar cinco minutos de esfuerzo se convirtió en horas de trabajo productivo.

La procrastinación seguirá tentando, pero tenemos la elección de no ceder. Porque al final, la vida no se vive en los planes para mañana, sino en las acciones que tomamos hoy.

La próxima vez que digas ‘mañana’, pregúntate: ¿qué pasaría si empiezo aunque sea con cinco minutos hoy?

Lic. Arlenys Garcia